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Fanáticos aguiluchos: «Por las Águilas lo que sea»

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Los fanáticos tuvieron que soportar de todo para comprar entradas.
Los fanáticos tuvieron que soportar de todo para comprar entradas.

Los fanáticos tuvieron que soportar de todo para comprar entradas.

Hace un par de años, la educadora cabimense Olga Mas y Rubí, de 56 años, sobrevivió al cáncer de seno. La desaparición de su mama izquierda, después del martirizante tratamiento, le salvó la existencia. Toda su vida sufrió de diábetes y de hipertensión. Para mayor inri, un tropezón ocasionó que se lesionara uno de sus tobillos, por lo que tiene que andar, temporalmente, en muletas.
“Y aquí estoy, con todo y eso. Si voy a morir, que sea viendo el juego”. Ésa es la pasión del fanático de las Águilas del Zulia.
Olga, pequeña y robusta, con una voz que puede escucharse desde el home hasta el jardín central, estaba empapada en sudor, apoyada en sus muletas y con las indicaciones médicas en sus manos. Una gorra del equipo de sus amores la defendía del portentoso sol marabino, que ayer, a eso de las 10:00 de la mañana, quemaba el barro en las taquillas del estadio Luis Aparicio, de Maracaibo.
No hubo piedad para ella: tenía que hacer la cola. Eran ya cinco horas en el trajín. Se quejó, gritó, reclamó, pero no le escucharon. Igual se quedó para ver el juego contra Cardenales de Lara, porque sus razones tenía para hacerlo.
“Vengo a ver a las Águilas desde pequeña, cuando viajaba desde Cabimas con mi abuela y mi mamá. Hoy estoy sola, porque se murieron. Y sigo viniendo, porque ver al equipo me levanta el autoestima, me relaja… me llena de vida, de ganas de seguir viviendo”.
A su alrededor, la gente escuchaba la historia. Le aplaudieron, gritaron y pidieron para que la pasaran para comprar su entrada, sin éxito. “Yo sólo le hago un llamado a Luis Rodolfo Machado (gerente general del club aguilucho), para que piense en los aficionados. No puede ser que nos traten como animales, como ganado, que nos tengan aquí a medio sol, sin un techito”.
Continuó con sus peticiones: “Y le digo a los oficiales —Polimaracaibo, Polisur y la Policía Regional estuvieron en la custodia, ‘intentando’ ponerle orden a la mal llamada fila— para que coloquen gente capacitada para tratar al público”.
Ésos fueron los clamores generales, unos con mayor altisonancia que otros. La distribución de las entradas comenzó a las 9:00 de la mañana, y siguió con retardo en algunos momentos del día. No faltaron tampoco los revendedores, evadidos a la autoridad en el mejor de los casos.
Un reto a la memoria de los aficionados de las Águilas… ¿desde hace cuánto tiempo suceden estos desmanes? “¡Uff!, desde que tengo uso de razón”, responde Eduberth Bermúdez. “Y es la misma cantidad de tiempo que tengo viniendo al estadio: toda la vida”.
Porque parece ser el drama sin final. No importa lo mal que lo trates, o las trabas que le pongas para ir al estadio, allí está el fanático, siempre presente, siempre fiel.
La tradición permanece. Andry Valero asistió al choque con su pequeño Freddy Andrés, de cuatro años, en brazos. Su esposo, Freddy Navarro, buscaba seis entradas desde las 7:00 de la mañana.
“Yo voy a seguir viniendo a los juegos, pase lo que pase. Mi hijo juega béisbol en la Pequeña Liga de Sierra Maestra, y es un fanático 100% aguilucho. Todos los años venimos al disfrute del juego y nos conseguimos con esto”, explica la joven.
¿Y vale la pena sufrir tanto?
“¿Qué más? Porque son las Águilas, y por las Águilas, lo que sea”.
Por: Humberto Perozo/Panorama

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