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Con ácido en la tinta: Diario de un fanático

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Todos los días me levanto viendo una toalla gigante que cubre totalmente la puerta del closet de mi cuarto, sus colores negro y naranja hacen que mi día empiece lleno de color. En el centro del paño un águila dibujada me mira con sus penetrantes ojos, y sé que mi jornada girará en torno a ella. Busco el periódico y leo la crónica del partido de ayer, al cual no asistí por razones económicas, pero lo oí por radio, entrada por entrada, perdimos, pero dimos la batalla, no pude dormir pensando que hubiese pasado si el antesalista lanzaba bien la bola a segunda y hacía ese último out, pifió, dejó vivo el inning y nos castigaron con un kilométrico cuadrangular.

Hoy lanza el número uno de la rotación de mi equipo, reviso sus números, investigo como le batean los zurdos, su récord de noche, de local y visitante, se que hoy ganarán, sus estadísticas lo delatan, todavía faltan varias horas para el encuentro de esta noche.

Me voy a trabajar y no puedo sacarme de la cabeza el juego de hoy, soy el popular fiebrúo, luego de pasar ocho horas sentado frente a un escritorio salgo disparado para mi casa, llego y llamo a mis amigos para que se alisten a tiempo. Todo está listo vamos camino al estadio con mi camiseta, mi gorra, mis panas y mi infaltable vaso, y es que estemos claro en algo, béisbol sin frías no es béisbol.

Ya llegamos al estadio y los revendedores nos buscan como locos, esta gente especula con nuestro amor a la pelota. Se siente el ambiente peloteril, entramos al nido, un frío recorre mi cuerpo, tenía un año sin venir, mi recuerdo de aquellos días no es agradable, a mi equipo lo eliminaron, han sido los siete meses más largos de mis 31 años de vida.

Busco mi silla, la misma de las últimas siete campañas, al llegar nos saludamos todos, los fanáticos, los que venden tarjeticas, los expendedores de cervezas, todos nos conocemos porque formamos parte de la misma familia.

El umpire grita “play ball”, empezó mi karma, mi idilio, la causa de mis tristezas, alegrías y rabietas. El juego se convierte en un duelo de pitcheo. Arribamos a la parte baja del décimo episodio empatado a dos carreras, quedaron esperando turno el segundo, tercero y cuarto bate, tenemos que ganar.

Los dos primeros salen con la carabina al hombro, en otras palabras se poncharon. Mi esperanza queda en el madero del cuarto toletero, es jardinero derecho, recién ascendido de categoría después de brillantes actuaciones con el barquillo, es el caballete.

Cuenta completa (3 y 2), ha dado unos cinco fouls, está peleando su turno, allá viene el lanzamiento, de repente todo se pone en cámara lenta, es una recta alta y pegada, hace el swing…….. No oigo nada, la bola se va, se va, se va, cuadrangular esto se acabó, hemos ganado.

Nos abrazamos todos, el equipo lo espera en el home para felicitarlo y darle la tradicional sala, las cervezas vuelan por el aire, el líquido moja a la gente, pero a nadie le importa, esto es una fiesta.

Salimos rumbo a nuestras casas a dormir, esperando el jueguito de mañana. Me espera mi acostumbrada rutina, la temporada ha empezado.

Por: Gabriel “Gabo” Chávez

Twitter: @GaboChavez

Correo: [email protected]

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