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La crisis del fútbol venezolano sigue en pie

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La jornada de los siete pecados capitales

Los coletazos de la séptima jornada del Clausura arrecian con fuerza en otra semana esperpéntica para el fútbol venezolano. El fallo del Consejo de Honor de la FVF que ordenó la realización del partido El Vigía-Táchira, ganado por los primeros en un forfeit controversial, adulteró aún más el torneo. Las consecuencias deportivas ya eran lacerantes antes del veredicto; una vez emitido, con casi dos meses de demora, la llaga comenzó a supurar. De la infección no se librará nadie.

La alteración de la competencia se dio en el mismo instante en que la Federación, con la complicidad de los clubes, aceptó disputar la infausta fecha pasando por encima de la medida adoptada por el gremio de futbolistas profesionales y, lo que es peor, ignorando el estado de crispación social en que se encontraba el país. Todos levantaron la mano cuando las presiones gubernamentales obligaron a salir a la cancha con juveniles. Incluso Táchira, cuya dirigencia asumió el compromiso de presentarse a cumplir con su obligación. Algunos, como Caracas, salieron ilesos de la aventura por la solidez de sus fuerzas básicas, pero conjuntos como Mineros o Trujillanos, candidatos al título, sufrieron tropiezos de consideración.

A Zamora y Anzoátegui les tocó pasar cuando la Federación acostó a la cochina. La coartada de la Libertadores los libró de asumir una posición ante la demanda de los jugadores. El choque pendiente lo disputaron semanas después con generales y soldados, tal como hará Táchira en el Gato Hernández. Un despropósito que trasciende las razones del Aurinegro, seguramente válidas en las formas, pero reñidas con la ética que debe marcar a la competición.

Todo el desenlace del campeonato fue marcado por el episodio del mes de febrero, al que habrá que añadir este con el que se dio la bienvenida a mayo. No hay justicia posible ni modo de reivindicar el desaguisado. Si no se ordenó la repetición íntegra de la jornada 7, no hay modo de equilibrar los perjuicios. Al no haber igualdad de condiciones la credibilidad del torneo quedó mancillada.

No solo hubo daños traducidos en puntos. Las pérdidas económicas por suspensiones, choques a puerta cerrada o por el alejamiento de los hinchas, son imposibles de calcular. Táchira debió enfrentar a Mineros en Guanare por la ausencia de garantías en San Cristóbal. La solidaridad que hoy demandan algunos no apareció en momentos en que urgía una postura firme de los conjuntos de primera división. Y las consecuencias morales, intraducibles en números, tendrán un peso mayor cuando haya que hacer el conteo de daños.

La protesta de los clubes, reunidos para elevar una posición conjunta ante la opinión pública, no habla de fortalezas sino que deja aún más al desnudo sus profundas debilidades. Táchira fue marginado de la reunión quedando como injusto chivo expiatorio. El objetivo al que apuntar no era uno de los socios, por más que el Consejo de Honor los haya bendecido con su resolución extemporánea. Tal como pasó cuando el conflicto alcanzó su cénit, los equipos volvieron a mostrar la poca independencia que tienen respecto al poder. Lo que no alimenta el optimismo sobre la creación de una futura Liga para la que se requiere una visión más empresarial que sindicalera.

La crisis sigue en pie. El tono del discurso de quienes hoy se consideran afectados no representa un llamado a la paz y el bien común. En la marabunta cada quien defiende lo suyo, atiende a sus propios intereses y no vela por la sanidad del producto, nuevamente expuesto en sus miserias.

Por: Daniel Chapela/LetrasDeporte.com

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